El camino que está siguiendo David Cameron está muy lejos de intentar desandar lo ya andado para lograr tener un consenso con sus socios europeos. Este lunes volvió a distanciarse de la postura del resto de la Unión Europea. El ministro británico de Finanzas confirmó que no hará aportaciones al Fondo Monetario Internacional (FMI) cuando el destino que se pretenda dar al dinero sea únicamente apoyar a los países de la zona euro. De esta manera vuelve a dar un portazo y pospone sus decisiones de contribución al fondo a principios del próximo año, en la reunión del G-20, adelantando que las reglas del juego deben cambiar. El resto de los miembros de la Unión Europea, incluso los que no pertenecen a la eurozona, han manifestado su disposición a participar en el proceso de reforzar los recursos del FMI, aunque algunos no han concretado sus aportaciones. Una vez más Gran Bretaña se distancia de la Unión Europea.
Hasta ahora, se ha estado haciendo lo imposible para que ningún miembro de la zona euro quedara excluido de ella, hasta el punto que hoy casi no se habla de la delicada situación de Grecia; pero ahora el problema es mayor. El desmarque del Reino Unido ha motivado que se analicen las consecuencias que provocaría la salida de este país de la Unión Europea. De todas formas, se trataría de una situación poco deseable y, desde mi punto de vista, poco probable, ya que tanto Nick Clegg, líder de los demócratas liberales socios en el Gobierno, como el líder laborista en la oposición, Ed Miliband, no han dudado en advertir de los riesgos que esta postura representa, pudiendo quedar aislado el Reino Unido de las decisiones europeas y perjudicar seriamente a las empresas británicas.
Londres no está en su mejor momento para mantener pulsos con el resto de la Unión Europea pero, es cierto que lo que está pasando no es nada nuevo. Tradicionalmente, Gran Bretaña desde finales del XVIII siempre ha mantenido, como línea directriz de su política exterior y financiera, doctrinas distintas y distantes al continente. Su ya ancestral costumbre de diferenciarse ha marcado y marca carácter, como estamos viendo. La libra esterlina se ha mantenido no solamente por un hecho económico diferenciador, también tiene su carga política y social. Hoy, por lo tanto, no estamos hablando exclusivamente de estrategias económicas sino de costumbres muy arraigadas en la sociedad británica, con las consecuencias políticas que ellas pueden conllevar.
No debemos caer en el error de creer que los conservadores británicos “tories” están solos, lo que está ocurriendo no es una estrategia exclusiva del partido conservador. La poderosísima City londinense es uno de los mayores centros financieros del mundo y participa con el 10% PIB del Reino Unido, por ello las reivindicaciones que Cameron solicitó en la cumbre europea no son tan ilógicas y es muy probable que tengan, igual que el resto de la Unión Europea, un plan B. Gran Bretaña exigió tener un protocolo específico para los servicios financieros que beneficiaría exclusivamente a su país, viéndose comprometido el resto de la Unión Europea. Quizás, no midió bien sus fuerzas y su mayor error fue creer que podría provocar una división entre el eje franco-alemán sobre el euro. Los británicos no moderaron sus demandas y la decisión final de la cumbre fue, como todos sabemos, crear un tratado intergubernamental, sin necesidad de modificar los tratados europeos, para imponer una disciplina fiscal en la eurozona e imponer sanciones a quienes se desviaran de ella.
Gran Bretaña, equivocada o no, sabe lo que quiere y a dónde quiere llegar. En estos momentos lo lógico es que todos los países de la Unión Europea se integrasen en la unión monetaria y fiscal. Es estrictamente necesario crear un ente supranacional financiero que unifique las políticas fiscales de los Estados miembros, perdiendo soberanía nacional para traspasarla a Europa. Y para ello deberíamos ser capaces de convencer a los que históricamente no lo han estado. Sería deseable poder modificar los Tratados Europeos pertinentes y no coger el camino de en medio, de los tratados intergubernamentales para evitar los vetos, ya que lo que esto provoca es una mayor diferenciación entre los propios socios europeos. Solo en el caso de que esta opción fuese imposible, los no miembros de la zona euro deberían plantearse si realmente quieren permanecer en una organización con la que cada vez tendrán menos en común. Europa ha demostrado que todos los caminos se pueden andar, hasta los impensables. Y aunque el tiempo apremia es mejor comenzar a construir sobre una base sólida y abandonar lo que ya no tiene sentido si no se puede reconvertir, hasta alcanzar los Estados Unidos de Europa.
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