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En los últimos artículos que he escrito sobre la situación en la que se encuentra la zona euro con la crisis de los bonos soberanos, comentaba que iba siendo necesario considerar la opción de buscar mecanismos que potencien la unión fiscal para Europa. En ningún momento creí que fuese posible en el corto plazo, pero los acontecimientos se van precipitando y el principio de esta unión ya no parece tan lejana, y se puede producir por la vía de los hechos consumados.

Desde que se destaparon los problemas que tenía Grecia para hacer frente a sus compromisos económicos, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional no han parado de analizar las posibles alternativas y las consecuencias que, para el conjunto de la eurozona, puede tener cualquiera de las opciones planteadas. El objetivo sigue siendo escoger la solución menos mala. Por un lado, la salida de Grecia de la moneda única ha quedado descartada, al menos de momento. Por otro lado, la posibilidad de una quita encaminada a que los acreedores disminuyan el capital pendiente de pago o a reducir los tipos de interés supondría unas pérdidas muy elevadas y un precedente para que Irlanda y Portugal sigan esos pasos en el 2014. Una tercera opción, como ya he comentado en otro artículo, consiste en canjear los bonos griegos por los futuros del Mecanismo Europeo de Estabilidad, convirtiéndose en “bonos de la eurozona”, pero esta iniciativa parece que no ha calado lo suficiente y Alemania de entrada la descartó.
Por último se ha analizado la posibilidad de ampliar las ayudas a Grecia, pero con otras condiciones. De la crisis helena parece que se ha aprendido la siguiente lección: los errores en la política económica de un estado de la eurozona provocan que los contribuyentes del resto de los estados miembros tengan que pagar sus deudas, y no se quiere volver a dar el mismo paso en falso.

Es muy probable que en la reunión que está prevista para el 23 y 24 de junio de los máximos dirigentes europeos se dé una respuesta a la situación de Grecia, y todo apunta a que se decantarán por la última opción. Grecia recibirá 60.000 millones de euros más, y éstos se añaden a los 110.000 millones del año pasado. Las condiciones de este nuevo préstamo no serán las mismas que las del primer rescate, que se trataba de un préstamo reembolsable.

Es la reincidencia de Grecia la que ha provocado que la Unión Europea no esté dispuesta a seguir entregando dinero sin poder tener el control real de las actuaciones fiscales del país, para garantizar la devolución de éste. Si fuera así, Grecia tendrá que aceptar una pérdida de la soberanía y permitir a Bruselas que intervenga en su economía, soportando una supervisión europea en asuntos como la recaudación de impuestos, el plan de privatizaciones y la gestión de la sanidad, entre otros.
Como consecuencia, la Unión Europea tendrá la capacidad de intervenir en el caso de una indisciplina fiscal. Este puede ser el primer paso que permita evolucionar hacia la unidad fiscal europea.
En los próximos artículos hablaré de la propuesta que el propio presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, realizó en el discurso de recepción del Premio Carlomagno, y de sus posibles consecuencias para la eurozona. Políticas encaminadas a una Unión Europea más fuerte, si se decide seguir por este camino.

Raquel Lucía Pérez Brito
Economista, abogada y Licenciada en Ciencias Políticas
@errelu