Si comparamos la Gran Depresión de 1929 y la Depresión de Japón de 1989 con la actual crisis, podemos encontrar similitudes. En ambos casos existieron excesos crediticios que no fue posible controlar y desembocaron en la gran depresión y en la aún no resuelta situación de Japón, después de más de dos décadas. De la misma forma, antes del 2007, en las economías capitalistas de occidente, el uso desproporcionado del crédito ha derivado, entre otras causas, en la coyuntura económica actual. Sin embargo, las experiencias de las crisis anteriores no nos proporcionan la receta adecuada para poder salir de esta y la doctrina está dividida entre los que creen que hay que gastar más y los que opinan todo lo contrario.
Lo que parece prudente, es intentar reducir la deuda como sea. Para ello, sería conveniente: controlar la inflación, no elevar los tipos de interés y aumentar el crédito en circulación como única posibilidad para que las Pymes y autónomos puedan generar crecimiento y puestos de trabajo en nuestra economía. El nuevo presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, nada más comenzar su mandato decidió disminuir los tipos, dejándolos en 1,25%. Trichet se equivocó al subirlos, cuando creyó que el crecimiento europeo ya se estaba consolidando. No supo calcular los efectos que la crisis de la deuda soberana, podría provocar sobre el resto de la eurozona.
Si nos centramos en España, para poder pagar la deuda es necesario tener un crecimiento superior a los pagos de los intereses y del principal. Tal y como están las cosas en estos momentos, no es previsible que en la próxima década se pueda tener un crecimiento potencial superior al 2% en términos reales, que equivale a un 4% del nominal teórico. Con este dato se está dando por hecho que podríamos lograr un crecimiento de productividad del 0’9% anual (y quizás se está siendo demasiado optimistas). Pero aún así, no va a ser suficiente para poder garantizar el pago de la deuda. Por lo tanto nos veremos obligados a refinanciarla y para ello es necesario que España pueda generar confianza en los inversores y en nuestros acreedores para que le vuelvan a prestar dinero, mientras intenta recuperarse y crecer.
Para lograr esa confianza el Gobierno Español tendrá que ejecutar reformas estructurales significativas. En otras palabras, es imprescindible redimensionar el propio Estado. Pero, al mismo tiempo, también es necesario que circule el crédito para poder permitir que esas reformas tengan los resultados esperados: aumentar el crecimiento de nuestro país, disminuir nuestras deudas y mantener el Estado del bienestar.
A partir del 20 de noviembre en España se abre una posibilidad de inyectar confianza. El nuevo Gobierno que salga elegido de las elecciones generales, tendrá por delante un camino difícil para que las reformas que se ejecuten comiencen a dar resultados en el medio y largo plazo. Pero sin la confianza en España de sus acreedores o futuros inversores, en el corto plazo, no habrá posibilidades para que nuestro país pueda crecer. España aún está a tiempo de ejecutar el cambio.
Raquel Lucía Pérez Brito
Economista, abogada y licenciada en Ciencias Políticas. @errelu
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