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Al principio de la semana pasada los mercados parecían confiar en que Grecia cumpliría con sus compromisos en los plazos establecidos, pero, a mitad de semana, el país heleno daba signos de no tener los acuerdos necesarios para poder poner en marcha las reformas que ya se habían comprometido a ejecutar y el optimismo desapareció. Por ello, la semana terminó con caídas del euro con respecto al dólar, el índice de renta variable también retrocedió y el estado de ánimo general se fue apagando. En cuestión de días u horas, los mercados y los Estados se ven afectados por temas ajenos al día a día de sus respectivas economías.
Da la impresión, y es muy probable que sea solo una impresión, que el país heleno ya no puede absorber ni una reforma más. También es posible que hayan decidido, conscientemente, esperar hasta el límite  de tiempo que se había establecido para aprobar las reformas con las que ya se había comprometido con el resto de la Unión Europea, manteniendo así la esperanza de que al poner a Europa entre la espada y la pared, en el último minuto, pudieran conseguir quitas mayores y evitar aumentar el sufrimiento a su población. Si llegado el momento del segundo pago del rescate a Grecia, para evitar la quiebra del país, aun no se hubiera ejecutado las reformas pertinente, la eurozona se vería en la necesidad, por el bien común, de dar un paso más hacia atrás por el miedo a la reacción de los mercados contra el resto de países de la eurozona en favor de Grecia.
Pero la semana terminó con un mensaje al mundo bien claro. Sin rodeos, la troika confirmó que no había acuerdo, que no creían en la capacidad de los griegos para cumplir con los compromisos previamente adquiridos y que por lo tanto no se estaba por la labor de seguir haciendo esfuerzos por el país heleno. Europa simplemente no se fiaba de Grecia. Es evidente que este mensaje era sinónimo de admitir que Grecia podía salir del Euro y que no se iba a hacer ningún esfuerzo adicional por impedirlo. La pelota se quedó en el tejado de los griegos y solo ellos tendrían  que decidir qué deseaban hacer. El domingo fue muy largo para todos, pero especialmente para ellos. Las manifestaciones, los disturbios, las votaciones hasta altas horas de la noche. Probablemente ningún griego se pudo ir a la cama tranquilo.
Grecia no esperaba encontrarse en esta situación. El pulso claro y decidido de Europa le ha puesto en una situación muy comprometida. Con toda seguridad, Grecia puede vivir dentro de la Unión Europea y fuera del euro. Sin embargo, ha elegido seguir intentándolo dentro de la eurozona. Me preocupa y mucho. Llegar a un acuerdo “in extremis”, como ha ocurrido, nunca es bueno para ninguna de las partes.  En estos momentos no son argumentos económicos los que me llevan a manifestar que necesitamos una unión política, económica y civil en toda Europa. Desde mi punto de vista, Grecia somos todos y es evidente que necesita cambiar, al igual que muchos otros países, incluido España, pero tenemos que ser capaces de entender que no se puede dar la misma medicina a todos para curar enfermedades distintas.
Necesitamos más Europa hasta convertirnos en «Los Estados Unidos de Europa». Si una generación completa de griegos crece con el odio hacia la Unión Europea por considerar que se les ha obligado a tomar una decisión que consideran injusta y que ha mermado y mermará sus posibilidades de crecimiento o calidad de vida, no hace falta que explique las consecuencias que en el medio plazo puede acarrear. La crisis de la deuda soberana me parece una nimiedad en comparación con lo que se puede comenzar a engendrar si no somos capaces de evitarlo con sentido común, que  nada tiene que ver con  el económico.